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Reflexiones desde la adolescencia hasta la adultez: Descubriendo la desigualdad de género
Recuerdo vívidamente aquellos días de mi adolescencia, cuando a los 14 años compartía con mi mamá la inmensa rabia que sentía por dentro. Era una rabia que surgía desde lo más profundo de mi ser, alimentada por una intuición incipiente de que el mundo, en su esencia, era injusto para las mujeres. En aquel entonces, desde mi perspectiva adolescente, sentía que nosotras éramos las designadas a atravesar una serie de ciclos marcados por cambios incontrolables. Cambios hormonales que nos llevaban a experimentar una gama de emociones: tristeza, depresión, fatiga, ira… Todo un abanico de sensaciones que podíamos experimentar, acompañadas de cambios enormes en nuestro cuerpo físico (cólicos, dolores articulares, de cabeza, y muchos más).
Me preguntaba entonces, con la inocencia y la indignación propia de la juventud: ¿por qué los hombres no experimentaban nada de eso? ¿Por qué no atravesaban por estos mismos cambios? Desde mi perspectiva limitada en aquel entonces, no lograba comprenderlo del todo.
Sin embargo, el paso del tiempo y las experiencias vividas me han llevado a una mayor comprensión de aquello que sentía en mi adolescencia. Ahora, a mis 48 años, miro hacia atrás y veo que aquella sensación de injusticia no era infundada. Lo que percibía como injusticia era solo una forma de ver lo que en realidad existía por debajo de todo el tejido social y que desde esa edad temprana ya podía percibir como una realidad que parecía que nunca iba a cambiar. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido relegadas a roles secundarios, limitadas en sus oportunidades y derechos.
Ahora que transito la post menopausia hace 4 años he podido vivir y experimentar la brecha tan grande que hay entre las opciones de tratamientos médicos que existen para hombres que ya han pasado por su edad más procreadora por así decirlo a las opciones que existen para nosotras las mujeres que ya no podemos procrear humanos.
La perpetuación del patriarcado ha dejado una huella indeleble en el ámbito de la medicina convencional, especialmente en lo que respecta a la salud de las mujeres después de su edad fértil. Durante siglos, el conocimiento médico ha sido dominado por una perspectiva masculina, lo que ha llevado a injusticias y desigualdades significativas en la atención médica dirigida a las mujeres específicamente cuando cesan de menstruar. Desde la falta de investigación y comprensión de condiciones específicas que afectan a las mujeres en etapas posteriores de la vida, hasta la medicalización excesiva o equivocada de los síntomas naturales del envejecimiento femenino, el patriarcado ha contribuido a una atención médica deficiente e insensible hacia las necesidades reales de las mujeres que transitamos la perimenopausia y postmenopausia. Es fundamental reconocer y abordar estas injusticias sistémicas para garantizar que todas las mujeres reciban la atención médica de calidad que merecen, independientemente de su edad o género.
En la nueva narrativa femenina que veo posible cada vez más, la mujer emerge como la dueña de su salud y guardiana de su bienestar integral. Aquí la mujer es consciente de todas las opciones disponibles en el ámbito médico, espiritual y en todos los aspectos de su vida. Se reconoce a sí misma como una agente activa en la toma de decisiones relacionadas con su salud y su bienestar, no solo físico, sino también emocional y espiritual. Esta narrativa invita a las mujeres a explorar y adoptar prácticas de autocuidado que resuenen con su ser más profundo, y a cuestionar las normas establecidas que han limitado su autonomía y autoridad en temas de salud. Es una nueva narrativa de empoderamiento y autodeterminación, que reconoce y celebra la capacidad inherente de las mujeres para sanar y transformarse a sí mismas en todos los aspectos de sus vidas.
Por Natalia Gaviria